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[Construyendo una vida de pureza]

Wendy Bello

Han pasado unos cuantos años ya de mis tiempos de adolescente, pero todavía los recuerdo muy bien. Y recuerdo también, cómo las horas que mis abuelos dedicaron a sembrar en mí la Palabra de Dios fueron el ancla que muchas veces me sostuvo cuando estaba triste o temerosa, pero sobre todo, lo que muchas veces me impidió tomar decisiones de las que luego me hubiese arrepentido.

No tuve una juventud perfecta, y si pudiera empezar otra vez, cambiaría unas cuantas cosas, pero reconozco que la Palabra guardada en mi corazón fue clave para sentir temor de Dios y buscar agradarle, aunque no fuera siempre o en todo. Quizá era justo en eso en lo que pensaba el autor de Salmos 119 cuando escribió las palabras que hoy tenemos en el versículo 9: “¿Cómo puede un joven mantenerse puro? Obedeciendo tu palabra.”

Tal vez eres joven y batallas con la pureza. Te entiendo, todas pasamos por ahí. Y entiendo también que, el mundo en que estás viviendo es una ametralladora que de continuo dispara para hacer caer todo intento de pureza en esta generación. Pero aquí tienes tu defensa: obedece la Palabra de Dios, esa es tu espada. Ah, y por cierto, la juventud no es la única que batalla con la pureza, esta verdad aplica a todos, no importa los años que tengamos.

El versículo once es una reiteración de esta receta para llevar una vida que agrade a Dios y que diga no al pecado: “He guardado tu palabra en mi corazón, para no pecar contra ti.”

De nada valen nuestras buenas intenciones ni cuántas veces digamos que no haremos esto o aquello. El corazón rendido a Dios y que se aleja del pecado es aquel que se alimenta de la Palabra. Así como nuestra piel es en gran parte el resultado de lo que comemos, un corazón conforme al de Dios se ha nutrido de sus dichos.

La buena nutrición no es cosa de una vez por semana, ni siquiera de días alternos o de una vez al día, es algo estructurado, y hasta cierto punto, constante. Lo mismo sucede con la nutrición espiritual. No puede quedar para el domingo, ni siquiera para un bocadillo apurado cada día, tenemos que programarla, hacerla parte de nuestra existencia.  Y el versículo 13 nos ofrece un método: “Recité en voz alta todas las ordenanzas que nos has dado.”

Memorizar la Palabra nos ayuda a aprenderla, y hacerlo en voz alta hace que se grabe mejor en nuestra mente. Si la fe viene por el oír, entonces cuando escuchamos la Palabra, nuestra fe crece. No te conformes con leerla en silencio, hazlo en voz alta, escúchala. ¡Verás la diferencia!

Por último, no es cuestión de leer por leer. Ni tampoco de leer con ojo intelectual.  Fíjate en el versículo 15: “Estudiaré tus mandamientos y reflexionaré sobre tus caminos.”

La exhortación es a acercarnos a la Palabra de Dios con alma de estudiante deseoso de aprender y con un corazón dispuesto a reflexionar. ¿Qué dice el pasaje? ¿Cuál es el contexto? ¿Qué me dice a mí y cómo puedo aplicarlo a mi vida? Esas son algunas preguntas que puedes hacerte.

Por último, si la lectura de la Palabra de Dios es una carga para nosotras, entonces necesitamos volver al principio, y pedirle a Dios que nos dé pasión por ella. Tenemos miles de libros cristianos buenos y un sinnúmero de autores excelentes. Estoy a favor de la palabra escrita porque me fascina hacerlo y creo que Dios me ha llamado a tocar vidas con ella. Pero entiendo que no hay libro humano, por muy bueno que sea, que pueda compararse con la Biblia. Y la razón es sencilla, ningún otro tiene la firma de Dios. Cuando entendamos y creamos en el poder que está encerrado en esas páginas, podremos entender también por qué este salmista escribió: “Me deleitaré en tus decretos y no olvidaré tu palabra”, (v. 16).

Wendy Bello es esposa, mamá, y alguien cuya pasión es escribir y hablar sobre el diseño divino de Dios para nuestras vidas.

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