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[Un movimiento que nació en Edén]

Laura González de Chávez

La caída cegó nuestros ojos a la gloria de Dios e inclinó nuestro corazón a buscar nuestra propia gloria. Inclinó nuestro corazón a perseguir la autoexaltación, la autoindulgencia y a independizarnos de Dios. En el caso de la mujer, su intento por encontrar la felicidad se tradujo en desechar aquello que Dios había dicho que era «bueno». 

Al igual que Eva en el Edén, la mujer comenzó a poner en duda la voluntad revelada de Dios y comenzó a dudar acerca de su diseño, de su rol en la creación. Satanás sembró la duda en su corazón sobre lo que a ella más le convenía, de que podía ser como Dios, de que Dios no quería lo mejor para ella.

La hizo dudar de la voluntad de Dios. En lugar de ser dirigida por la Palabra de Dios, la mujer comenzó a ser dirigida por el engaño de su propio corazón (Jer. 17:9), y decidió perseguir su felicidad en sus propios términos, en rebeldía contra Dios.

Este anhelo equivocado sembrado en su corazón por el enemigo, encontró eco en la filosofía deformada de la feminidad que comenzó a invadir la cultura, a través de las voces engañosas que nos rodean por todos lados. Una ideología que busca definir, establecer y lograr igualdad de beneficios para las mujeres, tanto a nivel económico, como cultural, político, laboral, social y personal, ha impulsado la revolución feminista. Esto incluye el buen deseo de establecer igualdad de oportunidad para la educación y el empleo.

Lo que inició a finales del siglo xviii en Europa como un movimiento que perseguía validar los derechos sociales y políticos de la mujer, al transcurrir el tiempo, se tornó en un arma en las manos de Satanás para engañar a las mujeres y destruir familias y hogares. Fue ganando fuerza a medida que las mujeres comenzaron a anhelar y tener acceso a la educación universitaria y al ejercicio de carreras profesionales.

En Francia, a finales de la década de 1950, la filósofa Simone de Beauvoir ofreció una visión existencialista del tema y decía que a la mujer se le había adjudicado un rol injusto y discriminatorio. Afirmaba que la mujer necesitaba «trascender» y que dicha necesidad era contenida por los hombres.

Betty Friedan, quien transformó los conceptos más teóricos de Simone de Beauvoir haciéndolos más asimilables y entendibles para la mujer norteamericana promedio, llevándola a pensar que sus frustraciones existenciales se debían al rol mismo al que estaba esclavizada y del cual debía ser liberada. Todas estas ideologías abrieron paso a lo que se denominó «la segunda ola del feminismo».

Mirando al pasado, ahora con entendimiento, puedo reconocer que mi madre fue un ejemplo de la insatisfacción que esta mentira sembró en el corazón de la mujer. La ideología comenzó a capturar corazones y mentes. Mi madre mordió este anzuelo en los tiempos cuando la segunda ola del feminismo alcanzó la República Dominicana y comenzaban a sentirse sus efectos. Las mujeres fueron engañadas e inducidas a pensar que ese era el camino del gozo y la satisfacción.

Un fragmento del libro Mujer verdadera (B&H Español)

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