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[Aprendiendo a depender mientras tomamos nuestra cruz]

Dámaris Carbaugh

¿Alguien podría morir a sus deseos naturales sin la ayuda de Dios? Son deseos naturales buscar nuestro bienestar primero, mentir por conveniencia, hacer daño a alguien que nos ha hecho daño, sentir rencor…

La “carne”, así se conoce en el lenguaje bíblico a estos deseos humanos contrarios a la voluntad divina. Cuando Adán y Eva desobedecieron a Dios por primera vez, la naturaleza humana se corrompió por el pecado y, desde entonces, lo natural es desobedecer a Dios, hacer nuestra propia voluntad, vivir nuestra vida.

Para morir, para tomar nuestra cruz cada día, es indispensable una fuerza sobrenatural, el Espíritu Santo. Leemos en Romanos:

“Sin embargo, vosotros no estáis en la carne sino en el Espíritu, si en verdad el Espíritu de Dios habita en vosotros. Pero si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, el tal no es de Él” (Romanos 8:9).

Estas palabras se refieren a personas que ya son salvas porque cuando invitamos a Jesús a nuestra vida, el Espíritu Santo viene a habitar en nosotros. Si el Espíritu no vive en mí, no soy salva, punto. Pero si vive en mí, ya no estoy en “la carne”, ya no vivo según esos deseos humanos naturales porque este “Ayudador” divino obra en mí para vencerlos.

Claro que esto no ocurre de la noche a la mañana. Es un largo caminar: tomar mi cruz cada día. Morir cada día, esa es la invitación de Jesús porque ¿sabes que tenemos el poder de resucitar? Cuando digo: “Ya no quiero eso”, ahí está de nuevo al día siguiente, resucita el mismo sueño o hábito.

Si hoy renuncio a mi rencor y mañana revive ese rencor, Jesús dice: “Ah, si amaneciste con el mismo rencor, ¡muérete otra vez!”, debo renunciar al rencor nuevamente. Por eso es indispensable la gracia, la presencia de Cristo en mí, el Espíritu en mí que me ayude a negarme a mí misma. Su gracia me salvó y Su gracia me ayudará a morir:

“Así que, hermanos, somos deudores, no a la carne, para vivir conforme a la carne, porque si vivís conforme a la carne, habréis de morir; pero si por el Espíritu hacéis morir las obras de la carne, viviréis. Porque todos los que son guiados por el Espíritu de Dios, los tales son hijos de Dios” (Romanos 8:12-14).

Es por el Espíritu que hacemos morir la carne y así, tendremos vida. Pero si vivimos conforme a la carne, moriremos. ¡Muy parecido a lo que Jesús dijo!: …el que quiera salvar su vida –sus propios deseos, su carne–, la perderá, pero el que pierda su vida por causa de mí, ése la salvará (Lucas 9:24).

Un fragmento del libro Adiós a mí (B&H Español)

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