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Stephen y Alex Kendrick

Y vosotros, padres, no provoquéis a ira a vuestros hijos, sino criadlos en la disciplina e instrucción del Señor. (Efesios 6:4)

Cuando amas de verdad a alguien, dos atributos clave se verán en forma habitual: paciencia y bondad. Es más, muchas otras características del amor se apoyan en estos dos atributos. La paciencia es la manera en que el amor diluye algo negativo; la bondad es su forma de iniciar algo positivo. Una respira hondo, la otra exhala vida. Como ya sabes, para criar hijos hace falta un suministro ilimitado de ambas cosas. Nos concentraremos en la primera de estas dos cualidades esenciales… la paciencia.

La paciencia se ve cuando el amor decide sacrificarse constantemente por el bien de otra persona. Es como el agricultor experimentado que sabe que los campos producen fruto si él está dispuesto a soportar el calor del sol. La paciencia se parece a un constructor sabio que pasa horas trabajando arduamente con los planos, negociando contratos y supervisando los suministros, para que su visión pueda volverse realidad. Tanto el agricultor como el constructor deben persistir aunque deseen resistirse. A diario, deben invertir tiempo y esfuerzo hasta poder celebrar la amplia cosecha o la inauguración.

Asimismo, para ser un padre amoroso, hace falta una gran cantidad de este maravilloso atributo. Estás cultivando y edificando a tus hijos, y todo tu esfuerzo y sacrificio darán sus frutos. El presente requiere tu paciencia resistente. Es algo que todos necesitamos, pero casi nunca demostramos. Sin embargo, el amor nos invita a ejercerlo con frecuencia como padres. Y cuando lo hacemos, produce madurez tanto en nosotros como en nuestros hijos, así como la paz y la gracia necesarias en medio de nuestros problemas.

Los hijos tienen la increíble capacidad de probar el nivel de paciencia de sus padres con el tono, la desobediencia, la irresponsabilidad o la falta de respeto. A veces, los padres se enojan tanto que dicen o hacen algo en el calor del momento que daña los corazones y las mentes jóvenes. El impacto puede dejar una profunda cicatriz por muchos años.

Por eso, la paciencia de Dios nos resulta tan ejemplar. Cuando Moisés estaba en la cima de la montaña, descubrió por qué Dios seguía soportando a sus hijos rebeldes y quejosos: el Señor era «compasivo y clemente, lento para la ira y abundante en misericordia y verdad» (Éxodo 34:6). Dejaba que Su amor abundante controlara Su enojo. Cuando sí decidía enojarse y ser firme, solamente lo hacía luego de demostraciones repetidas y extendidas de Su compasión y Su paciencia.

Hoy Dios sigue demostrándoles misericordia y paciencia a Sus hijos. Así que, cuando somos difíciles de amar y egoístas, distraídos y desobedientes, necesitamos recordar Su amor resistente y dejar que Su ejemplo de amor se derrame sobre nosotros y nuestros hijos.

No debemos perder los estribos frente a nuestros hijos. Ver que controlamos nuestro enojo les enseña a controlar el propio. La Escritura declara: «Airaos, pero no pequéis» (Efesios 4:26). A
veces, el enojo está justificado, pero nunca debemos dejar que se desborde. La disciplina y la corrección deben dispensarse con sabiduría, y siempre después de demostrar paciencia con amor.

¿Tus hijos te perciben como un padre enojado y frustrado? ¿O te describirían como compasivo y paciente? El amor decide contenerse. El amor controla tus emociones en lugar de permitir que te dominen. Te desafía a desarrollar paciencia en lugar de estallar por cualquier cosa. Si reaccionas en forma apresurada, el amor te recuerda que debes humillarte y pedir perdón con rapidez, reconociendo todo lo que está en juego.

La ira, por otro lado, es cruel (Pr. 27:4). Divide y aísla. Nos debilita y hiere a los demás. Nos hace comportarnos de maneras insensatas y deplorables. Casi nunca mejora las cosas y suele generar problemas adicionales.

Si luchas con el enojo, pregúntate por qué. ¿Tienes expectativas realistas y equilibradas? ¿En general estás enojado con otra persona, pero te desahogas con tus hijos? Quizás albergues recuerdos dolorosos del enojo áspero de uno de tus padres hacia ti, y esto te lleva a perpetuar este dolor del pasado con tus hijos.

A veces, el enojo está arraigado en nuestro propio pecado o hipocresía. Lo que más nos enoja de nuestros hijos son las mismas áreas de debilidad con las que luchamos. No obstante, reaccionar en forma exagerada frente a acciones y actitudes erróneas con las cuales nos sentimos identificados no nos «arregla» de ninguna manera, y solo sirve para frustrar a nuestros hijos. En ese caso, una confesión humilde puede resultar en una instrucción más eficaz que el enojo firme de tu corrección. Cuando saben que los amas y puedes admitir tu propia humanidad, tu consejo y formación tienen mucho más significado.

La paciencia siempre es bien recibida. Les da a las personas más tiempo para resolver sus problemas. Con gracia, disipa el conflicto antes de que el problema se intensifique. Susurra paz
a situaciones que están al borde de explotar. No es una forma general de tolerancia que pasa por alto cualquier cosa, sino más bien un inspector sabio de la situación, que permite que se den
los pasos necesarios.

En la crianza, hace falta actuar contra la indiferencia y la rebeldía, pero distinguir entre la verdadera rebelión y lo que puede ser ignorancia infantil. Nuestros hijos no piensan como nosotros; entonces, ¿por qué esperamos que actúen como nosotros? Debemos tener en cuenta sus circunstancias, su edad y su nivel de madurez.

Así que, en lugar de enardecerte y derribar, deja que el amor te calme. Entonces, podrás edificarlos. Cuanto más paciente seas hoy, más victorias podrás celebrar mañana.

Un fragmento de El desafío del amor, para padres (B&H en Español)

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