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Dos conceptos poco famosos

Patricia de Saladín

En Adán y Eva tenemos dos seres humanos que se complementaban: un hombre líder, protector y siervo, y una mujer ayuda idónea sujeta a ese liderazgo. Dios diseñó una unidad preciosa y complementaria entre el hombre y la mujer para que funcionaran en armonía. El huerto era un lugar de felicidad. Ambos desempeñaban sus roles con alegría y en plena comunión con su Creador.

Pero en este punto surge la pregunta sobre esa relación de autoridad / sumisión ¿Cómo luce esto? ¿Qué implica esa autoridad? ¿Qué es la sumisión? ¿Cuándo surge el término sumisión? ¿Con la creación? ¿Con el matrimonio? Cuando asisto a conferencias de mujeres y hago esta pregunta muchas de ellas piensan que fue el resultado de la caída.

Quizás te sorprenda que el concepto de sumisión en sí no comenzó con la creación. Para que haya orden, debe haber una autoridad. Dios es nuestra autoridad suprema, y como un Dios de orden, Él estableció que las cosas en Su creación se lleven a cabo bajo parámetros específicos.

En el huerto del Edén, Dios, como autoridad suprema de todo lo que existe, designó a Adán como autoridad en el huerto, él respondía directamente a Dios, y Eva llegó a estar bajo la autoridad de Adán.  Pero este concepto va más allá del tiempo porque se halla en la esencia de Dios mismo.

Nosotras creemos en un Dios Trino: Padre, Hijo, Espíritu Santo, que interrelacionan de manera perfecta y armoniosa. El Hijo está sujeto eternamente al Padre, de manera voluntaria. El Padre fue el autor del plan de redención, el Hijo lo llevó a cabo y el Espíritu Santo es quien lo aplica.

Cuando leemos las declaraciones de Cristo: [Vine]… no para hacer mi voluntad sino la voluntad del que me envió (Juan 6:38, énfasis añadido), o no se haga mi voluntad, sino la tuya (Luc. 22:42), o me deleito en hacer tu voluntad (Sal. 40:8), o más aún, [mi vida] nadie me la quita, sino que yo la doy de mi propia voluntad (Juan 10:18), tenemos que reconocer que no se trata de otra cosa sino de sumisión a la voluntad del Padre.

Entonces podríamos decir que, en la creación, al estampar Su imagen en nosotras, Dios le dio a la mujer el gran privilegio de reflejar una sumisión que se halla en la relación trinitaria, pero más específicamente, Dios le concedió el privilegio de reflejar a Cristo y Su sumisión al Padre.

La Biblia enseña que todos estamos bajo alguna autoridad. Pero en el caso de la mujer esa sujeción viene primero en el contexto de su hogar paterno, donde nace, y debe estar sujeta a sus padres y luego, si Dios le concede casarse, entonces Él le brinda la preciosa oportunidad de mostrar la relación de Cristo y Su iglesia en su relación con su esposo, estando sujeta al Él, así como la iglesia está sujeta a Cristo.

Volviendo a Eva, antes de que el pecado entrara en el mundo, ella podía reflejar de manera perfecta, mediante su sumisión a Adán, la imagen de Cristo en Su sumisión al Padre y la imagen de la Iglesia sujeta a Cristo.

Un fragmento del libro Mujer verdadera (B&H Español)

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