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Por Wendy Bello

Es muy probable que conozcas la historia de Ana, aquella mujer que anhelaba un hijo más que nada en la vida y había sufrido mucho por no tenerlo. (En 1 de Samuel capítulos 1 y 2 encuentras este relato). Luego de años de oración, Dios le concedió su petición. ¡Era un milagro! Y, aunque eso ya grandioso, algo en esta historia no deja de asombrarme. Ana decidió entregar, dedicar su hijo a Dios. 

«Por este niño oraba, y el Señor me ha concedido la petición que le hice. Por lo cual yo también lo he dedicado al Señor. Todos los días de su vida estará dedicado al Señor…» (1 Samuel 1:27-28)

¿Cómo fue posible? ¿Te imaginas? Debe haber sido una decisión difícil, dolorosa. En nuestro contexto las cosas son diferentes porque no llevamos nuestros hijos a los templos para que los pastores los críen. Pero algo en la decisión de Ana puede aplicarse a cualquier mamá. Ella le dedicó su hijo a Dios.

Hubo otra madre en la Biblia con una historia similar. Te hablo de María, la madre de Jesús. Ella entendió que los hijos son un préstamo y que no los criamos para nosotros sino para Dios. 

Comprendió que al criar a Jesús tenía que hacerlo sin pretensiones de tener un hijo para siempre. Algún día Él se iría de casa. Comenzaría a cumplir la misión para la cual estaba puesto en la Tierra. ¿Cuántas veces tendría que recordarse a sí misma que, aunque este hijo estuvo en su vientre, no le pertenecía? No lo sé, pero estoy segura que en su mente quedó grabado aquel día cuando Jesús le recordó cuál era Su prioridad: 

«Entonces él les dijo: ¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que en los negocios de mi Padre me es necesario estar?» (Lucas 2:49). 

Es lo mismo con nosotras. Dios nos da la responsabilidad de criar a estas criaturas para las cuales Él ya tiene un plan (Salmos 139:13). Nosotros solo somos un vehículo, un instrumento que Él usará como parte de ese plan.  

Y sí, puede que en teoría lo entendamos, pero no es lo que muchas veces reflejamos en la práctica. En ocasiones los criamos para ver realizados en ellos los sueños que no pudimos cumplir. La alumna súper involucrada en la escuela. La bailarina que no fuimos. El futbolista admirado. El médico brillante… Y se nos olvida que ahora se trata de formar a una nueva persona que vivirá sus propias experiencias, que tendrá sus propios sueños pero, sobre todo, que su meta no es completarnos a nosotras ni cumplir nuestras agendas, sino el plan de Dios.  

¿Cuál es nuestro rol entonces como madres que anhelan servir a Dios y glorificarle en esto también? Creo que debemos prepararlos para que desde pequeños sepan que hay algo más que un título universitario; algo más que una familia exitosa o una casa grande, ¡mucho más que una placa a la entrada de la oficina! ¡Sí, hay algo más! Los negocios de nuestro Padre. Fue en esos en los que vivió Samuel, el anhelado hijo de Ana, y también en los que se involucró Jesús. Tú y yo como madre tenemos la responsabilidad de instruirles en esa verdad. 

Tenemos la responsabilidad de enseñarles la Palabra de Dios. ¿Recuerdas a la mamá y la abuela de Timoteo? Estas mujeres fueron fieles en desempeñar ese rol. Instruir a nuestros hijos en el Evangelio tiene que ser más importante que ver televisión, que dejar toda la casa limpia antes de irnos a dormir o pasar rato en las redes sociales. Igual que programamos otras actividades en nuestra agenda, programemos tiempo para enseñarles, para impregnar sus mentes y corazones de la verdad de la Palabra.

Debemos recordar que no hay nada que nosotras podamos hacer por ellos que sea más de lo que Dios mismo puede hacer. No hay palabras, ni sermones, ni disciplina, ni nada que pueda cambiar el corazón de una persona, eso solo lo logra Cristo mediante la acción del Espíritu Santo. ¿Qué podemos hacer entonces? Orar para que Dios se revele a sus vidas, para que sus ojos sean abiertos a la verdad del evangelio, a su necesidad de salvación. Amiga lectora, el hecho de que nosotras amemos a Dios y tengamos un hogar cristiano es un buen catalizador, pero no obra la salvación de nuestros hijos. Eso es algo que está fuera de nuestro control. Necesitamos orar incansablemente para que en sus vidas ocurra el milagro de venir de muerte a vida en Jesús. 

Estamos viviendo tiempos convulsos, desafiantes, pero nuestro rol no ha cambiado, ni tampoco nuestro llamado. Si el Señor nos regala la bendición de criar hijos, hagámoslo a la luz de la Biblia. 

(Parte de este artículo fue tomada del libro «Decisiones que transforman», publicado por Lifeway Mujeres y B&H Español.)

Wendy Bello es escritora y conferencista. Su deseo es enseñar a las mujeres la importancia de estudiar la Palabra de Dios. Escribe para múltiples plataformas y es autora de varios libros, entre ellos el estudio bíblico “Decisiones que transforman.” Ha estado casada por más de 20 años y tiene 2 hijos. Puedes seguirla en Facebook, Twitter y en su Blog.

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