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Por: Karla de Fernández

La historia maternal de la mamá de Sansón es hermosa y también dramática. A ella se le conoce como la esposa de Manoa, la madre de Sansón. (Jueces 13:1-2). 

El Señor eligió a la mujer de Manoa como madre del varón que, durante su tiempo, salvaría a Israel del poder de los filisteos. Ese era el propósito divino para su vida aún desde antes de nacer. Ella acababa de recibir una noticia que no esperaba y que ni imaginaba que el Dios de los cielos le revelaría. Ella le contó a su esposo todo lo sucedido (Jueces 13:6-7).

¿Recuerdas la emoción que tuviste cuando supiste que serías madre? Esos latidos más veloces de lo normal, el temblor en las extremidades y esa sensación extraña en el diafragma. ¡Imagina lo que esa mujer experimentó! Estaba recibiendo la noticia de que contra todo pronóstico (pues era estéril) ella sería madre de un niño, y no solo eso, él había sido elegido desde antes de ser concebido para que fuera usado por el Dios Todopoderoso para librar a Su pueblo. 

¿Puedes imaginar lo que pasó por la mente y corazón de esa mujer? ¿Cuál habría sido tu reacción?  No se registra alguna oración hecha por parte de la esposa de Manoa, pero siendo del pueblo de Israel y habiendo escuchado la Palabra que dice: “él comenzará a salvar a Israel de los filisteos”, era evidente que ellos habían sido elegidos para traer a esta tierra a un varón de Dios.

¿Imaginas las conversaciones que tuvieron durante los meses de gestación?  Dios les dijo que su hijo sería un salvador para el pueblo. De seguro ella meditaba mucho en esas cosas y quizás se preguntaba, ¿Será fuerte? ¿Qué hará Dios a través de él? Mientras tanto, la barriga crecía y crecía, y con ella las expectativas y los sueños para el niño. Y eso pasa con nosotras también ¿no es cierto? Cuando estamos en espera de nuestros hijos y leemos la Palabra de Dios y sus promesas, nuestro amor crece y las expectativas también. No conozco una sola madre que en el tiempo de gestación haya pensado en que su hijo sería rebelde o desobediente a sus padres. Es como si olvidáramos por unos meses la condición caída con la que nacemos todos, e imaginamos a nuestros hijos siendo casi perfectos, idealizando para ellos una vida perfecta. 

Y el día llegó: Y la mujer dio a luz un hijo, y le puso por nombre Sansón. Y el niño creció, y Jehová lo bendijo (Jueces 13:24). La promesa empezaba a cumplirse y lo que Dios había mencionado empezaba a suceder delante de sus ojos: “Y el Espíritu de Jehová comenzó a manifestarse en él en los campamentos de Dan, entre Zora y Estaol” (Jueces 13:25). El niño era un milagro. Qué alegría debieron haber experimentado Manoa y su mujer. Sin embargo, el capítulo 14 corta la respiración con una declaración de Sansón: Yo he visto en Timnat una mujer de las hijas de los filisteos; os ruego que me la toméis por mujer (Jueces 14:1-2).

¿Qué pasó? Se suponía que sería el libertador del pueblo, que él lucharía contra los filisteos, no que debía convertirse en uno de ellos. Sus padres le preguntaron: “¿No hay mujer entre las hijas de tus hermanos, ni en todo nuestro pueblo, para que vayas tú a tomar mujer de los filisteos incircuncisos? Y Sansón respondió a su padre: Tómame ésta por mujer, porque ella me agrada.”  (Jueces 14:3) Es probable que Manoa y su mujer experimentaron una profunda angustia y ansiedad. ¿Te has visto en una situación similar?

Aunque todo lo que acontezca con nuestros hijos carezca de sentido a nuestros ojos terrenales, aunque a nuestro parecer esas promesas tardan en cumplirse o no parecen llegar nunca, no olvidemos que Dios tiene el control y que Él cumplirá lo prometido y su propósito divino y natural en nuestros hijos. Eso mismo estaban experimentando los padres de Sansón, y por eso leemos, “Mas su padre y su madre no sabían que esto venía de Jehová, porque él buscaba ocasión contra los filisteos; pues en aquel tiempo los filisteos dominaban sobre Israel” (Jueces 14:4). 

Nuestros ojos no deben estar en las circunstancias, no debemos dejar de mirar hacia arriba, hacia lo eterno pues es Dios quien de manera providencial actúa en la vida de nuestros hijos para cumplir sus planes y propósitos en ellos y a través de ellos. Aun cuando no entendamos del todo lo que está sucediendo, mantengámonos firmes en nuestra fe, confiando en que “todas las cosas ayudan a bien a quienes aman a Dios, a los que conforme a sus propósitos han sido llamados” (Ro. 8:28, Paráfrasis) y que el que comenzó en nuestros hijos la buena obra, la terminará (Fil 1:6).

Aun cuando pareciera que nuestros hijos están en un lugar que “a nuestros ojos” no es el correcto, no debemos olvidar que si Dios ha prometido algo para ellos, será cumplido a su manera, en su tiempo y de acuerdo a su voluntad. Nuestro deber es seguir adorando y clamando al Señor que tiene control absoluto sobre todas las cosas, incluidos nuestros hijos. Aférrate a las promesas del cuidado y la providencia de Dios aun cuando tus hijos estén errantes, cuando estén en rebelión contra ti y ¡clama por ellos! Que en este tiempo Dios hable a su corazón, que se revele a ellos y les haga saber que separados de Él, nada podrán hacer.

La vida de Sansón no fue sencilla, tuvo un matrimonio fallido, era iracundo, fue promiscuo, débil por las mujeres. Algo que llama mi atención es que, aunque tenía voto nazareo, no tenía comunión con Dios, no se habla de ella como con otros personajes de la Biblia, claro que él sabía y conocía de Dios, pero tenía más debilidad o deseo por las mujeres, que por la presencia de Dios. Todos conocemos lo más conocido de su historia. Se enamoró de Dalila tan perdidamente que le reveló su corazón y el secreto de su fuerza para al final terminar siendo esclavo de los filisteos. 

Sansón clama a Dios (Jue. 16:28) y tiró las columnas del templo en el que se encontraban, mató a los filisteos y murió cumpliendo el propósito que Dios tenía para él. No es un final feliz si lo vemos de manera fría. No es lo que una madre  espera que le suceda a su hijo cuando Dios le dice que en él se cumplirá su propósito. No es lo que una madre anhela cuando desde niño lo instruye para ser un hombre que ame y honre a Dios. 

Es muy probable que si vemos esta historia desde una perspectiva terrenal se nos haga injusto el desenlace al darle la oportunidad a una mujer estéril de concebir a un niño que parecía ser perfecto y al final morir de una manera humillante cuando quizás pudo haberlo hecho de otra forma. Pero en la perspectiva divina, el propósito por el cual nació y creció cumplió con los planes de Dios y salvó a su pueblo.

Como madres tenemos expectativas de nuestros hijos, buscamos siempre darles lo mejor, cubrirlos, protegerlos, amarlos aun cuando su actitud, su conducta y carácter no son lo que pudiéramos desear, pero al final del día, nosotras somos quienes los guían, quienes los instruyen, quienes les daremos identidad, seguridad, formación y quienes lloraremos clamando al Señor día y noche por ellos. Nosotras los instruimos en el temor del Señor y a amarle con todo su corazón. Pero amada amiga, ellos vivirán su propia historia, tendrán sus caídas y sus victorias. Gozarán de las buenas decisiones y sufrirán las consecuencias de las malas, pero, que nada de eso nos aparte la mirada de lo que Dios hará a través de ellos.

La mujer de Manoa fue la elegida para ser madre de Sansón. Tú has sido elegida para ser madre de tus hijos. Más allá de las decisiones de ellos, tú y yo hemos sido llamadas a ser la madre de esos seres humanos que necesitan oración “de por vida”, amor “incondicional” para siempre, oraciones que levanten su vida como probablemente las hacíamos desde antes de que nacieran, tanto o más amor del que teníamos antes de darnos angustias en lugar de alegrías. 

Ellos son nuestros hijos, clamemos a Dios por ellos, para que el propósito divino y natural que Dios tiene para cada uno sea cumplido conforme a su voluntad y aprovechemos las oportunidades que se nos presentan para hablarles acerca del evangelio y que ellos puedan fijar su mirada en lo eterno y no en lo terrenal.

Este es un fragmento del libro Hogar bajo Su gracia, si deseas explorar este u otros temas puedes adquirirlo acá en este enlace.

Karla de Fernández. Nacida en México, es hija y sierva de Dios por gracia, esposa y madre como privilegio. Tiene su blog desde donde comparte con las mujeres su pasión por la Palabra de Dios. Es la coordinadora de Iniciativas para mujeres Soldados de Jesucristo y dirige el podcast “Mujeres en Su Palabra.” Es la autora del libro “Hogar bajo Su gracia.” Puedes seguirla en BlogFacebook y Twitter.

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