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[La lucha por hacer lo que no está a nuestro alcance]

Wendy Bello

Hace unos días nuestra hija mayor cumplió 15 años. Mis emociones han sido una gran mezcla agridulce. Por un lado, miro a esta joven y me pregunto dónde está la niña que jugaba con muñecas y vivía en un increíble mundo de fantasías. Por otro, me deleito en ver cómo poco a poco se va transformando y caminando hacia el futuro para convertirse en mujer.

Con esto también viene el análisis y el pensar que, si pudiera comenzar de nuevo, ¡cuántas cosas haría diferente! El primer hijo siempre es un desafío doble, porque ellos no traen un manual y nosotros nunca hemos estado en ese rol. Sin embargo, todas quisiéramos graduarnos de la tarea con calificaciones sobresalientes, ¿verdad?

El problema es que, si no tenemos cuidado, caemos en la trampa de creer que se puede ser la madre perfecta. Olvidamos que la maternidad no nos convierte en súper mujeres, ¡de hecho, refleja más que nunca nuestra humanidad! Lo peor es cuando queremos, ilusoriamente, controlar el camino que tomen nuestros hijos. Me explico.

Cuando somos madres cristianas, buscamos la manera de enseñarles sobre Dios desde pequeños. Les contamos historias bíblicas; oramos con y por ellos; les enseñamos a orar. Muchas veces tenemos culto familiar. Y, un paréntesis, debemos darle prioridad. Los llevamos a la escuela dominical también. A medida que crecen y comienza la adolescencia, se incorporan al grupo de jóvenes y a otras actividades de la iglesia.

Sin embargo, ninguna de esta cosas es garantía del rumbo que sus vidas tomarán, espiritualmente hablando. ¿Lo sabías? Sí, todas ellas son factores que contribuyen e influyen en gran manera. Pero al final, cada ser humano tiene que tomar la decisión de seguir a Cristo o no.  Y después de esto, muchas otras decisiones.

Todas estas verdades me las tiene que recordar el Señor a menudo, porque hay ocasiones en las que comienzo a cuestionar si porque hice esto o aquello mis hijos se acercarán o alejarán de Dios. Y sí, aunque hay situaciones que contribuyen a la manera en que decidimos ciertas cosas, tú y yo como madres no somos el Espíritu Santo. Nosotras no podemos convencer de pecado, justicia y juicio. Nuestra tarea es enseñar, orar, y modelar una vida temerosa de Dios.

¿Sabes cuál es una oración constante que hago por mis hijos? Salmos 138:8, que el plan y propósito de Dios se cumpla en sus vidas. Como madres anhelamos lo mejor para ellos, pero lo mejor en nuestra opinión pudiera no serlo exactamente según los planes de Dios.

Tenemos que aferrarnos a esta verdad: Él los ama más que nosotras. Sí, tenemos que pararnos en la brecha, orar por ellos, clamar, interceder; pero, sobre todo, confiar en nuestro Padre celestial.

Mamá, tenemos que dejar la lucha inútil por querer ser perfectas en ese papel. Los errores son una garantía, y Dios ya sabía que los cometeríamos, por eso nos brinda su gracia. Cuando no sepamos qué hacer, nos ofrece su sabiduría. Cuando aprendemos esto, nos quitamos el peso de querer ser responsables por su futuro y controlar lo que está completamente fuera de nuestra capacidad.  

Decidamos hoy liberarnos de ese lastre que nos detiene, y continuar haciendo nuestra parte en esta gran tarea llamada maternidad. Dejemos el resultado en manos del Padre.  

Wendy Bello es esposa, mamá, y alguien cuya pasión es escribir y hablar sobre el diseño divino de Dios para nuestras vidas.

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