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[Un futuro esplendoroso]

Aixa de López

Se dice por allí que es imposible recibir la Buena Noticia sin antes recibir la mala. En Adán, todos pecamos. Y desde allí, todos nacemos con hambre de la misma fruta y con la misma vista distorsionada. Manchados de lo mismo. Enfermos terminales. Rebeldes sin poder entenderlo por completo. Y la muerte se extendió por todos lados.

Las manos egoístas que se extendieron para arrancar el fruto que dejaría esparcidas las semillas de la muerte se revirtieron en el espejo de la cruz, donde el Segundo Adán extendió Sus manos para darnos a comer el pan que satisface para siempre; pan del cielo, pan hecho de la única Semilla de vida, molida. El único Trigo que haría posible que viviéramos en verdadera y eterna abundancia.

El primer Adán salió del jardín porque no se puede habitar con el Padre si se duda de Su amor y se quiere reinar sin reconocer Su soberanía sobre todas las cosas. El trono lo ocupa solo uno. No se puede pecar y habitar en Su santidad al mismo tiempo. Pero, en Su justicia, al darnos los que merecíamos y sacarnos de Su presencia, Dios no nos despidió desnudos; nos vistió provisionalmente con pieles… con un amor inextinguible, porque es Padre y ningún padre se alegra de ver a los hijos que ama desconfiar del plan empapado de amor que ha provisto para protegerlos y, sobre todo, para tenerlos cerca. Adán y Eva procuraron esconderse.

Se sabe que, cuando hay aislamiento, un espíritu está muerto o en proceso de morir. La relación abierta con Dios es la vitalidad del espíritu de un hijo, y la comunidad verdadera es un síntoma de su salud. Cuando tomaron del fruto, Adán y Eva huyeron el uno del otro y, avergonzados, huyeron de Dios. Trataron de remediarlo por sus propios medios: con hojas de higo. Nuestra necedad siempre nos lleva a la vergüenza y luego a tratar de solucionarlo con más error; pero Dios, en Su misericordia, nos llama.

«¿DÓNDE ESTÁS?», LE DIJO EL SEÑOR A ADÁN… Y A NOSOTROS.

Rompimos la regla que nos guardaría y le rompimos el corazón al que la estableció porque nos ama. Estoy segura de que se compadeció de nosotros porque nos hizo vestidos mejores que los atuendos ridículos con los que pretendíamos taparnos, y aun así… esas pieles no serían suficientes para proveer el calor necesario ni podrían cubrir toda nuestra culpa. Por eso nos dio una promesa: vendría un Cordero cuya muerte proveería no solo piel para darnos calor y cobertura, sino Su cuerpo entero y Su sangre, para darnos redención y vida nueva.

«LOS QUE RECIBEN EN ABUNDANCIA LA GRACIA Y EL DON DE LA JUSTICIA —COMO DICE ROMANOS 5:17—, REINARÁN EN VIDA POR MEDIO DE UN SOLO HOMBRE, JESUCRISTO».

Todo será hecho nuevo; regresaremos al jardín perfecto. Y no solo se trata de ser absueltos del crimen… ¡Reinaremos! En el Salvador Jesucristo, vestidos con Su justicia perfecta, resguardados en Su sujeción incomparable y debido a que ha sido cubierta nuestra vergüenza, es que podemos regresar a Sus brazos; todavía sin verlo, pero viviendo en la esperanza viva de que ya viene el día en que lo haremos, aun si, por el momento, este mundo está todavía roto.

“El lobo vivirá con el cordero, el leopardo se echará con el cabrito, y juntos andarán el ternero y el cachorro de león, y un niño pequeño los guiará. La vaca pastará con la osa, sus crías se echarán juntas, y el león comerá paja como el buey. Jugará el niño de pecho junto a la cueva de la cobra, y el recién destetado meterá la mano en el nido de la víbora. No harán ningún daño ni estrago en todo mi monte santo, porque rebosará la tierra con el conocimiento del Señor como rebosa el mar con las aguas.” (Isaías 11:6-9)

Un fragmento del libro Lágrimas valientes (B&H Español)

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