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Por Angélica Rivera de Peña

Si yo hablara lenguas humanas y angélicas, pero no tengo amor, he llegado a ser como metal que resuena o címbalo que retiñe. Y si tuviera el don de profecía, y entendiera todos los misterios y todo conocimiento, y si tuviera toda la fe como para trasladar montañas, pero no tengo amor, nada soy. Y si diera todos mis bienes para dar de comer a los pobres, y si entregara mi cuerpo para ser quemado, pero no tengo amor, de nada me aprovecha. 1 Corintios 13:1-3

Todos sabemos historias, ya sea de cercanos o de personajes famosos donde se llevaron a cabo bodas por interés, no en amor ni con un compromiso verdadero. Luego es evidente en cualquier detalle, que las acciones están vacías, sin sentido, porque nacen de un corazón motivado por la obligación y no por el amor.  

Nosotros podemos actuar de la misma manera cuando servimos a Dios porque es lo que se espera de nosotros y no porque le amamos y nos deleitamos en Él. Cuando hacemos alguna buena obra para cualquier persona, pero la motivación no es el amor, sino algo que hacemos para nuestra gloria, o porque es lo que se espera y me corresponde hacer, es una obra vacía, puro ruido.

Es increíble cómo podemos preparar una comida, exhortar, aconsejar, curar heridas, disciplinar a nuestros hijos, exponer una charla, dar una ayuda económica y todo esto sin amor, convirtiendo lo que hacemos en puro ruido. Lo hacemos como una acción mecánica, tediosa y sin sentido. Por eso, en la Biblia se nos enfatiza la preeminencia del amor en nuestras vidas, de tal manera que toda la ley, se podrían resumir en amor a Dios y amor a nuestro prójimo.

Jesús expresa la importancia del amor en el evangelio de Mateo: Los fariseos se agruparon al oír que Jesús había dejado callados a los saduceos. Uno de ellos, intérprete de la ley, para poner a prueba a Jesús, le preguntó: «Maestro, ¿cuál es el gran mandamiento de la ley?». Y Él le contestó: «AMARÁS AL SEÑOR TU DIOS CON TODO TU CORAZÓN, Y CON TODA TU ALMA, Y CON TODA TU MENTE. Este es el grande y primer mandamiento. Y el segundo es semejante a este: AMARÁS A TU PRÓJIMO COMO A TI MISMO. De estos dos mandamientos dependen toda la ley y los profetas. Mateo 22: 34-40

Sin embargo, la realidad que vemos en el corazón de los hombres, es que cada quien busca sus propios intereses; mostrando así actitudes egoístas en la forma de conducir, en el servicio que brindan a las personas en las tiendas o en los médicos que ejercen su profesión movidos por el dinero. En fin, hay un sentir general donde cada quien está ocupado en su propio mundo, buscando aprovecharse de los demás.

Pero esto no debería ser así en los seguidores de Cristo. Nosotros seguimos sus pisadas y debemos vivir el ejemplo que Él nos dejó. Él fue un siervo que buscaba bendecir a los demás, a tal punto que entregó Su vida por amor a los hombres.

Un mandamiento nuevo les doy: “que se amen los unos a los otros”; que como Yo los he amado, así también se amen los unos a los otros. En esto conocerán todos que son Mis discípulos, si se tienen amor los unos a los otros. Juan 13:34-35

Debemos arrepentirnos cuando vemos en nosotros un corazón insensible y sin amor, porque si tenemos el Espíritu de Dios en nosotros, debe verse Su fruto en nuestras vidas. En Gálatas 5, se nos dice que el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fidelidad, mansedumbre y dominio propio. Si no estamos mostrando estas cualidades en nuestras vidas, debemos preguntarnos cómo está nuestra relación con Dios, porque es imposible estar cerca de Dios y no ser transformados. Nosotros no podemos producir amor, pero al estar apegadas a la fuente del amor, nuestros corazones serán capacitados para amar cada vez mejor.

La verdad es que de este lado de la gloria nunca llegaremos a amar de una manera perfecta, pero sí podemos ir creciendo día en día en esta virtud. Somos capacitados para amar porque hubo Alguien que nos amó primero con un amor que sobrepasa todo entendimiento.

Angélica Rivera de Peña es diaconisa en la Iglesia Bautista Internacional, República Dominicana,  es graduada del Instituto Integridad & Sabiduría y tiene un certificado en ministerio del Southern Baptist Theological Seminary, a través del programa Seminary Wives Institute, está casada con el pastor Joel Pena, encargado del ministerio de Vida Joven de su iglesia donde Angélica sirve junto a su esposo, y tienen dos hijos, Samuel y Abigail.

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