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Durante años escuche muchas reglas establecidas que a veces no me hacían sentido, me parecían injustas y exageradas. ¿Por qué no puedo ver ese programa, tocar ese botón, comprar ese juguete, llegar a esa hora, tener esa amiga? Siempre tan cerrada, estricta ¡no me entiende!

Pensaba: Me da ordenes y no siempre las quiero cumplir. A simple vista, parece que solo quiere imponer su voluntad y no lo hace por mi bienestar. Pero a pesar de que no obedezco ella continúa persistente, recalcando las reglas, repitiendo que allí está, diciendo que no se rendirá. ¿Por qué no se va?

Ni mi desobediencia, ni mi falta de respeto la hacían desistir. ¿Por qué? La razón es el Amor. Ella continuaba a mi lado a pesar de que constantemente la empujaba lejos.

Pero este amor y persistencia me bendice aquí en la tierra y me apunta a la eternidad. Y se que esto no viene de mi mamá. Este amor incondicional no la señala a ella misma. Sin darse cuenta, sin ser consiente, me cuenta una mejor historia. Me está contando de Alguien más.

El amor incondicional e imperfecto de una mamá solo GRITA del amor perfecto e infinito de Dios. Cuando murió en nuestro lugar dio evidencia que Él mismo es la definición del amor.

El que no ama no conoce a Dios, porque Dios es amor. En esto se manifestó el amor de Dios en nosotros: en que Dios ha enviado a su Hijo unigénito al mundo para que vivamos por medio de Él. 1 Juan 4:8-9

Y así como su amor habla de Alguien más, mi rebeldía y búsqueda de hacer mi voluntad manifiesta un suceso conocido. Es como la historia de un pueblo. Un pueblo escogido que decidió no ser lo que debía ser. De la misma manera que yo decido no obedecer. Mi corazón se refleja en este pueblo rebelde, que siendo amado y rescatado, advertido y aconsejado, una y otra vez, decidió no escuchar a Dios. Creyó que sabía más que Él.

Porque desecharon mis decretos, no anduvieron en mis estatutos y profanaron mis días de reposo, porque su corazón se iba tras sus ídolos. Sin embargo, mi ojo los perdonó para no destruirlos, y no los hice exterminar en el desierto. Ezequiel 20:16-17

Constantemente Dios advertía a su pueblo, le recordaba que volvieran a Él. Reglas que no querían pero que eran de bien. La Biblia entera habla sobre corazones rebeldes y amor incondicional. La vida esta llena de lo mismo: Amor incondicional y corazones rebeldes que no entienden y no quieren el amor que se les da.

El amor de una mamá es humano, imperfecto e incompleto, pero cumple una función: señalar que sí existe el amor verdadero. El divino, perfecto y completo amor que da todo por aquellos que no lo merecen ni lo desean, el amor que ama sin condición, incluso a aquel que quiere ver muerto a un inocente.

Hay mamás con amores no correspondidos y apreciados en todas partes. Como aquellas de recién nacidos que se desvelan, se olvidan de ellas mismas por servir a un pequeño que ni las gracias puede dar y cuya llegada provocó mucho dolor. O todas aquellas que aman de lejos a un hijo que se fue. O aquellas mamás adoptivas que deciden amar a quien no estuvo en su vientre, como si lo hubiera estado. O aquellas con hijos alcohólicos, drogadictos que no pierden la esperanza de recuperarlos. O aquellas que tienen a sus hijos cerca pero sus corazones lejos… todas estas historias nos recuerdan la perfecta historia.

El amor que dio todo por sus hijos descarriados, rebeldes, mal agradecidos.

El amor de Cristo que aun sabiendo que no le amábamos, que no lo buscábamos, que no obedeceríamos, nos predestinó para ser Suyos. El amor nos amó

Nos escogió, sucios, rebeldes, nos hizo Suyos. Nos decidió para Él. Para Su Gloria.

Según nos escogió en Él antes de la fundación del mundo, para que fuéramos santos y sin mancha delante de Él. En amor nos predestinó para adopción como hijos para sí mediante Jesucristo, conforme al beneplácito de su voluntadEfesios 1:4-5

Somos hijas amadas, incluso cuando el amor de mamá no ha sido perfecto o constante. Somos hijas amadas porque el creador del universo nos ha amado. Esto provoca en nosotros inspiración para amar de vuelta.  Ahora ya no está mamá detrás exigiendo que las reglas sean cumplidas, pero las seguimos por amor, porque están arraigadas en nosotras. Y así como las amamos a ellas y obedecemos aun cuando no nos ven o nos lo exigen, así y más debemos amar a Dios, buscarlo y obedecerlo. No por seguir reglas sino por amor, mostrándole un poco de todo el amor que Él nos ha dado, porque comprendemos que sus reglas, no son para nuestro mal, sus reglas son tesoros, sus reglas hablan de amor.

Mirna Espinoza, una joven soltera. Sirve al Señor en la ciudad de Guatemala con jóvenes y niños. Busca que a través de sus escritos se toquen temas en los cuales muchos puedan sentirse comprendidos y sobre todo que conozcan más del amor, gracia y misericordia del Señor.

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