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Por Mirna Espinoza

El Edén, ese jardín precioso, con todo lo necesario. Más allá de las cosas materiales lo mejor era que estaba Él. Nuestro Rey, habitando con los nuestros, ejerciendo Su reinado perfecto sobre toda Su creación. No imagino cómo era verlo caminar entre las praderas, escuchar Su voz en cualquier momento del día. Pero caímos, creímos la mentira que podíamos tener nuestro propio reino y traicionamos al ÚNICO REY VERDADERO Y ETERNO.

Al suceder esto comenzamos a construir muros, grandes edificios sin puertas, castillos enormes en donde quienes reinarían seríamos nosotros, creíamos que eso sería lo mejor que nos podía pasar, pero estábamos en un espejismo desde que huimos lejos de nuestro buen Dios. 

Lo que perdimos de vista es que estábamos atrapados en engaños de “una vida mejor” Queriendo construir grandeza, nos hundíamos en nuestro pecado.

Y mientras esto sucedía ¿el reino de Dios se había acabado? ¡De ninguna manera! El único y legítimo Rey estaba en Su trono, ejerciendo Su soberanía desde siempre. Sabiendo todo con antelación nunca hubo un plan alternativo a lo que Él ya había visto desde antes de crear la primera hoja o la primera gota. Jesús siempre estuvo y siempre estará, siguiendo un plan detallado para reafirmar Su dominio sobre toda la creación. Vendría a rescatar a los suyos, que habían decidido huir.

Porque yo sé que el Señor es grande, y que nuestro Señor está sobre todos los dioses. Todo cuanto el Señor quiere, lo hace, en los cielos y en la tierra, en los mares y en todos los abismos. 
Salmo 135:5-6

Siempre ha sido Rey, pero no teníamos acceso a Su reino. Nuestra posibilidad de entrada comenzó, con el llanto de un bebé, así se puso la primera piedra, destruyendo los muros que con tanta dedicación construimos, solo Él podía derribarlos. Un pequeño pero poderoso Rey que nació en Belén y que vendría a coronarse, no a través de guerras ganadas, sino por medio de un servicio inesperado por aquellos que lo habían abandonado. 

El reino eterno de Dios, uno que no es como el nuestro, sino uno en donde todo es perfecto como Él lo es. Este reinado con el único Rey justo, lo habíamos rechazado. Jesús en Su obra perfecta viviendo como nosotros no pudimos, mostró que realmente estábamos muertos. Muriendo la muerte que merecíamos, haciendo un derroche de amor escandaloso. Y el despliegue de gloria al resucitar mostrando nuestra resurrección venidera para llevarnos de vuelta al reino al que pertenecemos. Jesús abrió la brecha para volver al palacio real, no como esclavos sino herederos legítimos por las obras del Cordero.

Siempre estaremos dentro de las paredes del corazón del Padre. Viviremos eternamente para servirlo. Este Padre que no escatimó a Su propio Hijo, y a ese Hijo que no consideró ser Dios como algo a que aferrarse. Los malvados, rebeldes, injustos y pecadores nos convertimos en hijos para habitar en Su reino por la eternidad.

¿Cómo es el reino eterno de Dios? No podemos saber con certeza los detalles, pero sabemos algo con completa seguridad, estará Él. Y todo lo que necesitamos está completamente satisfecho allí, cerca de su corazón. Nunca más lloraremos, por siempre querremos obedecer, alabaremos eternamente y cantaremos acerca de lo maravilloso que es nuestro Rey. Todo será perfecto.

El reinado de Dios no tiene inicio y no tendrá final, Cristo vino a confirmar este reino y abrirnos espacio para entrar y ahora nosotros habitaremos allí, en la tierra nueva. Su dominio no empezará cuando venga por segunda vez, ese dominio sobre todas las cosas ya empezó. Nosotros ya estamos bajo ese reinado, por lo tanto, debemos actuar como ciudadanos de esta nueva tierra no como los prisioneros que nosotros mismos nos hicimos, sino completamente libres, como Él nos hizo.  

El reino de Dios tocó la tierra cuando Jesús nació para salvarnos, ahora esperemos ansiosos cuando todo sea restablecido y habitemos en Su reino por el resto de la eternidad. Infinitamente estaremos con Él y conoceremos este reino y ese es el más grande regalo de Navidad.

El Señor es mi roca, mi baluarte y mi libertador; Mi Dios, mi roca en quien me refugio; mi escudo y el poder de mi salvación, mi altura inexpugnable y mi refugio; Salvador mío, Tú me salvas de la violencia. Invoco al Señor, que es digno de ser alabado, y soy salvo de mis enemigos.
2 Samuel 22:2-4

Mirna Espinoza, guatemalteca con un corazón rebelde que es constantemente corregido por Dios. Salvada por gracia y sin merecerlo. Siempre estudiante y nunca maestra. Sirve al Señor siendo colaboradora para Lifeway Mujeres, en su iglesia local y escribiendo en su blog personal Eufonía, IG: @eufoni.a (para visitarlos solo da clic sobre el nombre del blog y/o sobre nombre de usuario de Instagram)

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