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Por Wendy Bello.

Estoy convencida que en mi familia hay algún gen que codifica «no gusto por la leche». A mi mamá no le gusta, mi abuela me contó que un día la descubrió echando la leche por el tragante del agua. Para mí ha sido siempre como una medicina, tomarla de una vez y sin parar. Y en el caso de mis hijos es parecido. 

Cuando mi hija era bebé tomaba mucha leche, pero en cuanto dejó el biberón, perdió su interés en ella. Con el varón, ni con biberón ni sin biberón. La leche nunca figuró entre sus alimentos predilectos, excepto una a la que él llamaba «la leche de los ositos», no porque fuera de osa sino por el dibujo en el envase, y que en realidad era una fórmula reforzada con vitaminas y minerales. No obstante, en los últimos tiempos eso ha cambiado un poco. A veces me sorprendo cuando lo encuentro en la cocina preparándose un vaso de leche con chocolate. ¡Quién lo diría!  

Y todo esto vino a mi mente un día mientras leía un pasaje de la primera carta de Pedro que dice así: 

«…desead como niños recién nacidos, la leche pura de la palabra, para que por ella crezcáis para salvación, si es que habéis probado la benignidad del Señor» (1 Pedro 2:2-3). 

La palabra de la que habla el pasaje es la Palabra de Dios, y al leerlo pensé en cuánto deseo yo en las mañanas no tanto la leche, sino el café.

Cada día cuando me levanto casi que por inercia llego a la cocina, directo a la cafetera y preparo mi taza de café, luego le añado un poquito de crema. Es una rutina que ansío y repito diariamente. Cuando me falta, ¡me paso todo el día pensando en mi taza de café! Sí, ya sé… ¡es por la cafeína!

Pero eso me llevó a pensar más allá. ¿Cómo cambiaría la vida si cada mañana me levantara con esas mismas ansias por la «leche pura de la palabra»? Hay días en los que resulta muy fácil, ¿no es cierto? Nos levantamos dispuestas a pasar un tiempo a solas leyendo la Palabra. Otros, no tanto. Incluso hay otros en que sí estamos dispuestas, pero en el momento en que nos sentamos a leer la Biblia, algo sucede: suena el teléfono, un niño nos llama, recordamos algo «muy importante» que tenemos que hacer, aparece una notificación en el celular, etc. 

La lectura de la Biblia siempre tiene competencia. El enemigo de nuestras almas sabe que mientras más conozcamos la Palabra, mejor conoceremos a Dios y más difícil le resultará engañarnos o distraernos. La Biblia dice que la Palabra de Dios es como una espada. Es una arma a nuestro favor.

Te confieso que, luego de probar un montón de estrategias humanas diferentes, solo una me ha dado resultado para «ansiar la leche pura de la palabra». ¿Cuál? Pedírselo a Dios mismo. La lectura es una de las cosas que más disfruto, pero por mucho tiempo en mi vida luché para leer la Palabra de Dios. No había entendido que, así como no puedo vivir sin aire, no puedo caminar con Cristo sin Su Palabra. Gracias al Señor que me lo hizo ver y entonces comencé a orar; le pedí que me diera el deseo genuino de leerla, de amarla; que cada vez que la tomara en mis manos mis ojos fueran abiertos a sus maravillas, tal y como nos dice el salmista en Salmos 119:18. 

Dios es fiel a sus promesas y Él ha prometido que, si pedimos algo conforme a su voluntad, nos va a responder. Y, por supuesto, es su voluntad que lleguemos a conocerlo por medio de su Palabra. De manera que el Señor respondió a la petición de alguien que por años había batallado con el deseo de sentir ansias por esa leche.

No quiero que te lleves la idea equivocada, no soy súper espiritual. Ha habido días en que no he leído nada porque las horas se fueron y el tiempo se me escapó. Lo que sí cambió Dios en mi corazón fue mi manera de ver su Palabra. Ya no es una carga, ahora es un deleite. ¡Anhelo ser una mujer de la Palabra! También he entendido que en esos momentos en que menos deseo leerla es cuando más lo necesito, y ahí entran la disciplina y la obediencia.  

Sí, todavía lucho con las interrupciones aún hay momentos en los que ansío más mi taza de café…pero Dios es bueno, y con mucha paciencia enfoca mi corazón en lo que realmente satisface mi alma y, como dice el versículo que mencioné al principio, me hace crecer para salvación.

Te propongo un desafío si tienes esa misma lucha, pídele a Dios que ponga en ti las ansias por su Palabra. Pídeselo cada día. Y haz tu parte, abre tu Biblia y deja que el Espíritu de Dios, quien la inspiró, transforme tu corazón con esta Palabra que es viva y eficaz. Nunca te arrepentirás de esa decisión.

Wendy Bello es bloguera y conferencista. Su deseo es enseñar a las mujeres la importancia de estudiar la palabra de Dios. Escribe para multiples plataformas y es autora del estudio bíblico “Decisiones que transforman”. Ha estado casada por 20 años y tiene 2 hijos. Puedes seguirla en Facebook y Twitter.

2 Comments

  • Leticia dice:

    Qué hermosa reflexión! ! Y cuánta verdad! ! Realmente mentiría si digo que no me pasa! ! Pero que bueno es reconocer nuestro error y pedirle al Señor que nos ayude!!! Muchas gracias Wendy por tu aporte! ! Cariños enormes! !!!

  • Rosa dice:

    Un día ore así, pidiendo que así como deseo otra cosa todos los días desde también su palabra lo nesecitaba y así está siendo ahora deseo que eso cambie porque a veces por tener hijas pequeñitas cuando ella están dormidas quiero recoger la casa y. Aveces se me pasa el tiempo y eso deseo que cambie quiero que se convierta la lectura y la oración en algo que ansío, y prioritario. Gracias Wendy una ves más como si supieras que es lo que necesito tus blog están hablando a lo vida

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