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No hay cosa mejor para el hombre sino que coma
y beba, y que su alma se alegre en su trabajo.
También he visto que esto es de la mano de Dios.
Eclesiastés 2:24

Para Carlos, el tiempo de entrega de los boletines de calificaciones era un tiempo turbulento. Él era un joven inteligente, pero le resultaba difícil concentrarse en ciertas clases, especialmente en ciencias. Cada nueve semanas, recibía el final del trimestre con frustración y temor. Él se enfocaba en lo bueno de sus calificaciones, pero temía que su madre viera solo lo malo. No era necesariamente un joven que causara muchos problemas o un mal estudiante. Siempre terminaba aprobando algunas materias con 100, un par con 80, pero en ciencias siempre sacaba 70 o incluso 60. En su último trimestre, sin embargo, él tomó una decisión. Iba a concentrarse. Decidió estudiar y trabajar para asegurarse de obtener el tipo de calificaciones que lo separaría del resto de su clase.

Por las siguientes nueve semanas, él se sentaba en la mesa de la cocina tan pronto como llegaba de la escuela y estudiaba todos los días hasta que se servía la cena. Abría su libro, tomaba notas y se adelantaba en clases que usualmente no disfrutaba. Los sábados se levantaba una hora más temprano e invertía tres horas extra volviendo a leer capítulos que todavía no entendía bien. Visto desde afuera, él era un estudiante estrella.

Al terminar las nueve semanas, Carlos recibió su boleta de calificaciones. En todas las clases que anteriormente había sacado 100, pudo mantener su calificación. En las clases que había sacado 80, ahora sacó 100. Él se emocionó al ir leyendo el boletín de calificaciones. Incluso había algunos comentarios que felicitaban su cambio de ética en su trabajo. Su triunfo, sin embargo, se desvaneció. Sus ojos se deslizaron a la parte inferior del boletín y encontró su calificación de ciencias. Obtuvo 89. Se quedó a prácticamente nada de obtener una A.

Carlos se fue a casa con su madre, con su vista cabizbaja, le entregó su boletín y siguió su camino, arrastrando los pies hasta llegar a su cuarto. Después de unos momentos, escucho desde la cocina: «¡Carlos!». Él esperaba la respuesta enfurecida que en general recibía, pero en lugar de eso encontró una mesa llena de postres, lo cual normalmente indicaba una celebración.

Levantó su cabeza y observó a su madre con confusión, pero ella simplemente sonrió y dijo: «¡Estoy tan orgullosa del trabajo que has hecho!». Cuando le explicó que no había obtenido calificaciones perfectas, ella respondió: «Yo nunca esperé perfección. Solo quería tu mejor esfuerzo». Carlos sonrío, se sentó a la mesa y disfrutó la celebración.

Muchas veces, sentimos que Dios quiere que seamos perfectos. Sentimos que tenemos que ser los mejores constantemente para que Él nos quiera. Esto no es verdad. Dios solo nos ha llamado a tomar nuestra cruz día a día. Claro, probablemente tropezaremos y algunas veces nos desviaremos del camino, pero si estamos dispuestos a levantarnos cada día y tomar Su cruz, Él se complace en que somos Sus hijos.

AYÚDA M E A AC E P TA R Q U E N O S OY P E R F EC TO.
R ECUÉRDA M E C A DA D Í A Q U E M E A M A S N O
P O R M I P E R F EC TA D E VO C I Ó N A T I , S I N O E N
M I E S F U E R ZO D E S EG U I RT E C A DA D Í A .

Un devocional de 100 días de gozo (B&H en Español)

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