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Stephen y Alex Kendrick

… arraigados y cimentados en amor…(Efesios 3:17)

El amor es el motivador más puro y poderoso de la vida. Siempre hace lo mejor para los demás y nos invita a alcanzar nuevas alturas en las relaciones interpersonales. El amor sazona la vida y renueva el gozo de dar. Aporta significado a cualquier vínculo. Ninguna familia es verdaderamente feliz sin él.

Por eso, el amor crea el terreno más fértil donde criar hijos. Así como a las flores se les proporciona el ambiente ideal para el crecimiento en un invernadero, el hogar lleno de amor también aporta el mejor contexto para que los hijos florezcan. Tus hijos no solo deberían ser el fruto de tu amor, sino también estar profundamente arraigados en el sustento de tal amor… todos los días.

Todo niño nace con una sed de amor que dura toda la vida. Su corazón lo necesita con desesperación, como sus pulmoncitos precisan oxígeno. El amor lo llena y le da energía. Le proporciona estabilidad y seguridad. Los hijos que crecen en familias amorosas suelen caminar con la frente en alto durante el día y dormir profundamente de noche. Las hijas arraigadas en amor deslumbran con el éxito y tienen menos temor si fallan. La celebración amplifica las victorias. El consuelo tierno minimiza los temores.

Sin duda, el amor que les expresas a tus hijos es mucho más valioso que cualquier posesión que puedas darles. Puedes enviarlos a escuelas prestigiosas, vestirlos con la mejor ropa, guiarlos con las reglas más sabias y confrontarlos audazmente con sus peores temores. Pero si no descansan en tu amor incondicional, estás descuidando una necesidad mucho más vital para que triunfen verdaderamente en la vida.

Los hijos ya traen preguntas fundamentales escondidas en el corazón: ¿Soy importante? ¿Alguien se interesará de verdad en mí? ¿Tengo lo necesario? Dios les ha asignado a los papás y las mamás la tarea de ser los primeros en responder estas preguntas con claridad y constancia a través de los años.

Si los hijos no están seguros de que las palabras «te amo» se apliquen a sus corazones, se verán tentados a buscar validación en su desempeño o en la opinión de otras personas. Habrá muchas inseguridades. El fracaso será más devastador, porque su sentido de valor propio y su identidad penden de un hilo.

Pero, ¿qué sucede cuando un hijo percibe el profundo amor de sus padres a lo largo de los años? Sus necesidades se ven cubiertas en forma constante. Sus sueños son fielmente estimulados. El hijo disfruta de la comprensión de sus padres. La hija experimenta su afecto. Estos hijos reciben instrucción y protección. Obtienen disciplina y aceptación. Tienen la seguridad de tu paciencia y tu perdón, y la libertad de abrir el corazón con franqueza, sin temor a una reacción desmedida. La estabilidad de tu amor incluso les permitirá capear épocas intensas de desilusión.

Es más, cuando se desarrolla esta clase de relación amorosa entre tú y tu hijo, se transforma en el mejor entorno para transmitir tus creencias, tus valores, tu fe y tu legado a él y las generaciones futuras.

El amor crea una zona segura para abordar las lecciones y las duras realidades de la vida. La reprensión y la disciplina se digieren mejor si están condimentadas con amor genuino. Será más probable que tus hijos disciernan y rechacen las mentiras de los demás si primero reciben tu consejo sabio en el entorno de tu afecto tierno.

Las Escrituras ilustran esta realidad de la siguiente manera: «Para que ya no seamos niños, sacudidos por las olas y llevados de aquí para allá por todo viento de doctrina, por la astucia de los hombres, por las artimañas engañosas del error; sino que hablando la verdad en amor, crezcamos en todos los aspectos…» (Ef. 4:14-15).

Aunque estos versículos hablan de crecimiento espiritual dentro de la iglesia, el poder de hablar «la verdad en amor» también es fundamental para la crianza eficaz… en realidad, para toda relación. La verdad guía lo que dices mientras el amor dicta cómo, por qué y cuándo lo dices. Cuando el amor es el terreno fértil, la verdad se transforma en una semilla más fructífera.

Al trabajar juntos, la verdad y el amor forman una profunda confianza entre tú y tu hijo. Por el contrario, cuando los padres intentan forzar la verdad en una relación envenenada por el enojo, la amargura, la inseguridad o el aislamiento emocional,
esas verdades se vuelven retorcidas o son rechazadas con el tiempo.

El dolor y la incomprensión se transforman en malezas silenciosas que pueden ahogar lo que intentas comunicar. Aun si te expresas con claridad, tus palabras sabias pueden caer en terreno tóxico. Por eso, las heridas del pasado siempre deben salir a la luz y ser tratadas con compasión para volver a ganarse el corazón y el oído de un hijo.

Examínate con las siguientes preguntas:
• ¿Qué tan amoroso y fértil es el terreno en nuestro hogar?
• ¿Cuánto amor perciben mis hijos de mi parte cada día?
• ¿Las verdades que imparto se arraigan o se ignoran?
• ¿Qué toxinas o malezas deben ser eliminadas?

Quizás creciste en un hogar amoroso, y la idea de prodigarles amor con libertad a tus hijos surge en forma espontánea y natural. O tal vez siempre hayas sentido un profundo vacío de amor en casa, y ahora anhelas proveer algo que te faltó y para lo cual no tuviste ejemplo. No importa cuál sea el caso, te desafiamos a que te comprometas y establezcas un ambiente sólido de amor donde tus hijos puedan florecer. Proponte comenzar hoy mismo.

Un fragmento de El desafío del amor, para padres (B&H en Español)

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